Fuimos
frecuentemente con mi enamorada, novia, esposa y mis hijas, a cenar o incluso almorzar a dicho restaurante porque
verdaderamente tenía muchas delicias y siempre encontraba la cara dulce de doña
Muriel Beaven.
Con esta pequeña
nota pretendo resaltar la parte humana de dicha gentil dama que al encontrarse
sin ningún familiar se dedicó por muchos años a crear una hermandad en
Guayaquil, como aquella que dejó en su momento en su lugar de nacimiento la
bella Chile.
Recuerdo que ella
tenía el intenso deseo de seguir sirviendo a los guayaquileños y había decidido
al no tener ningún familiar a quien dejar toda su labor y todo el esfuerzo que
había puesto en tener los más finos y deliciosos mariscos, al igual que en menor cantidad los otros deliciosos platos
ecuatorianos, poner a nombre y obsequiarles su
culinaria experiencia a los encargados de la atención y preparación de dichas
caricias gastronómicas a todos sus empleados; sin ningún costo, por
haberla tenido como una excelente instructora y persona de un alma muy
cristiana y absolutamente entregada al servicio de quién la pudo conocer.
Luego de haberse
iniciado la pandemia he perdido el contacto completamente con dicho extrañado lugar que
tanto nos ha deleitado a través del tiempo y al que también tengo presente con
un poco de hilaridad: se trata de mencionar que tenía un plato que para mí era uno
de los más deliciosos y se llamaba corvina a lo macho, que yo al no ser amigo
de los tan picante le decía a Muriel oye no puedes hacer uno que no sea en ese
sentido tan macho y ella lo preparaba supuestamente sin ninguno de las especies
que daban el especial toque de lo evidente que resulta su nombre “caliente y muy
picante” pero era una de las cosas que todavía llevo en mi mente.
Muriel todos los
que te conocimos jamás te podremos olvidar y espero seguir gozando de tu
presencia por algún tiempo aun cuando ya no pueda concurrir a tu lugar de buen
comer que solo he encontrado similares en pocos lugares de Europa.