El movimiento de liberación de las mujeres (WLM, por sus siglas en inglés) fue una alineación política de la mujer y del intelectualismo feminista que surgió a finales de la década de 1960 y se extendió hasta la década de 1980, sobre todo, en los países industrializados del mundo occidental, y que influyó una gran transformación (política, intelectual, cultural) en todo el mundo. La rama WLM del feminismo radical, basada en la filosofía contemporánea, estaba compuesta por mujeres de trasfondos racial y culturalmente diversos que plantearon que, para que las mujeres dejasen de ser ciudadanas de segunda clase en sus respectivas sociedades, era necesaria su libertad económica, psicológica y social.[1]
Con el fin de hacer posible la igualdad de la mujer, el WLM puso en duda la validez cultural y legal del patriarcado y la validez práctica de las jerarquías sociales y sexuales que se usan para controlar y limitar la independencia física y legal de las mujeres en la sociedad. Los liberacionistas de las mujeres afirmaron que el sexismo—(la discriminación legal basada en el sexo, formal e informal, con sus fundamentos en la existencia de la construcción social del género)—era el problema político más importante en las dinámicas de poder de sus respectivas sociedades. En general, el WLM propuso cambios socioeconómicos desde la izquierda política, rechazó la idea de que la igualdad no sistemática, en el interior de y según la clase social, eliminaría la discriminación sexual contra las mujeres y promovió los principios del humanismo, sobre todo, el respeto a los derechos humanos de todas las personas. En las décadas en las que floreció el Movimiento de Liberación de las Mujeres, los liberacionistas cambiaron con éxito la forma en la que se percibía a las mujeres en sus respectivas culturas, redefinieron el papel político y socioeconómico de la mujer en la sociedad y transformaron la sociedad en su conjunto.[2]
Las teorías cíclicas de desarrollo social (como la ley del ciclo social) sostienen que a los periodos intensos de actividad social les siguen periodos de remisión, en los que se aísla y se margina sistemáticamente a los activistas que estuvieron intensamente involucrados en las movilizaciones.[3] Después del periodo intenso de la lucha por el sufragio femenino, el interés común que había unificado a los feministas de todo el mundo, el movimiento por los derechos de la mujer se quedó sin ningún tema en el que enfocarse y en el que todos estuviesen de acuerdo.
Las diferencias ideológicas entre radicales y moderados provocaron una ruptura y un periodo de desradicalización, en el que los grupos mayoritarios de activistas de los derechos de la mujer lideraron movimientos con el objetivo de educar a las mujeres sobre sus nuevas responsabilidades como votantes. Hubo organizaciones como la Liga Femenina del Congreso Nacional Africano,[4] la Asociación de Amas de Casa de Irlanda,[5] la Liga de Mujeres Votantes, el Townswomen's Guilds y el Women's Institutes que apoyaron a las mujeres y trataron de educarlas sobre cómo usar sus nuevos derechos para incorporarse al sistema político establecido.[6][7] Hubo otras organizaciones que se centraron en asuntos laborales, ya que estuvieron involucradas en la incorporación masiva de la mujer en el mercado laboral durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial y, cuando la guerra terminó, en su salida posterior a través de medidas oficiales coordinadas dedicadas a la reincorporación a la vida familiar.[8] La YWCA y Zonta International lideraron estos esfuerzos, y movilizaron a mujeres para recopilar información sobre la situación de las mujeres trabajadoras y organizaron programas de asistencia.[9][10] Las organizaciones radicales, como el National Woman's Party estadounidense, fueron cada vez más marginadas por los medios de comunicación, los que acusaban al feminismo y a sus partidarios de ser "neuróticos graves responsables de los problemas de la" sociedad. Aquellas que todavía estaban apegadas a los temas radicales de la igualdad, por lo general, no estaban casadas, tenían trabajo, eran privilegiadas social y económicamente y la sociedad en general tenía la impresión de que eran anormales.[11]
La primera marcha que personalmente presencié fue de una mujer Gloria Steineman que congregó a varios miles de mujeres que pedían libertad. Más tarde en un lugar de refrescos me impactó ver a dos de ellas en una peculiar pelea que se desató porque una vestía igual que la otra.
Un piropo si es dicho correctamente es digno de elogio y el mejor que he escuchado es uno que muy disgustada nos contó la señora Maroto. Resulta que ese día un joven le había dicho, muy educadamente, señora, por favor, le cambio a su hija por mi papá. Mi esposa y yo por poco nos caemos muertos de la risa que terminó con la señora uniéndose.
Yo he buscado la definición de cuando se debe pintar el límite entre lo galán y lo grosero. Mi padre me enseñó a ser un hombre y saber aguantar y dar; hacía mucho hincapié en que un verdadero varón siempre debe ser muy cortes con las damas.
Mis adoradas hermanas me terminaron de pulir y me explicaron que una mujer puede defenderse sola y si ella te lo solicita ahí si intervenir.
Por mi parte ¡Qué hermoso tener a tantas mujeres bellas alrededor! ...
Tengo muy claro que la única que trata mal a una mujer es otra. Vea a usted en la aduana ¡Pobre dama que le toca ser inspeccionada por otra!