El Viernes Santo, la Iglesia conmemora la crucifixión y
la muerte de Jesús en la cruz. Como el Buen Ladrón crucificado junto a Cristo,
imploramos su misericordia.
No se puede comprender en qué consiste la santidad sin mirar
al único santo canonizado por Jesús en persona: el Buen Ladrón. No
sabemos casi nada de él, solamente lo que relata san Lucas sobre el conmovedor
diálogo entre Jesús y los bandidos crucificados a su lado (Lc 23,39-43).
¿Quiénes eran los dos malhechores crucificados junto a
Jesús? ¿Delincuentes comunes o agitadores políticos? Nadie lo sabe, pero lo que
nos cuenta san Lucas basta para conocer lo esencial.
Como ignoramos los crímenes de los que es culpable, e
incluso su nombre, el Buen Ladrón es en cierto modo el representante de todos
los bandidos, los fuera de la ley, los “desdichados” de cualquier calaña. En el
fondo, nos representa a todos. Incluso si no hemos cometido ningún crimen
abominable, como es probable, seguimos siendo pecadores, todos, en mayor o
menor medida. Sin embargo, en este Viernes Santo, es ese malhechor
quien nos ayuda a comprender en qué consiste la santidad…
Aprender a mirar a Jesús en la Cruz
Desde lo hondo de su miseria, el Buen Ladrón llora a
Jesús. Totalmente desesperado por todo lo que es humano o terrestre, deposita
su única esperanza en la cruz de Jesús, a falta de cualquier otra cosa. Esto
es lo que se nos pide: poner nuestra esperanza en la única cruz de Jesús. Que
no contemos con nuestras riquezas, materiales y espirituales, ni con nuestras
buenas acciones o virtudes o éxitos; no, solamente Jesús. Jesús crucificado.
El Buen Ladrón nos enseña a mirar a Jesús en la Cruz. No
nos gusta eso. ¡Preferiríamos saltar el Viernes Santo para llegar
directamente a la Pascua! Y sin embargo, porque no hay otra fuente de
santidad que Jesucristo crucificado, no hay otro camino de santidad que el
camino de la Cruz, ese caminito del Buen Ladrón pegado a la Cruz como Jesús.
Y quienes se desvían del camino de la Cruz, se desvían de la
santidad cerrándose a su única fuente: Jesús crucificado. Mirando a
Jesús morir a causa de nuestros pecados, comenzamos a comprender cuán pecadores
somos y, por tanto, cuánto necesitamos de misericordia. Comprendemos
al mismo tiempo que esta misericordia nos es dada, que Jesús nos salva y nos
abre las puertas de su Reino.
Lo peor no es ser pecador, sino negarnos a ver nuestros
pecados
Sea cual sea la gravedad de nuestro pecado, la santidad
está hecha para nosotros. Jesús nos pide solamente seguir el camino del
Buen Ladrón. El Buen Ladrón tuvo el valor admitir sus faltas con
humildad y, al mismo tiempo, la confianza loca de reclamar
misericordia. No es el pecado lo dramático, sino el dudar de la misericordia,
como si Jesús no hubiera muerto por todos los pecadores, incluso los peores.
Lo peor no es ser pecador, sino negarnos a ver nuestros
pecados, a nombrarlos como tales, por orgullo. Lo peor es creerse justo, porque
un justo no tiene necesidad de misericordia, no necesita que Jesús muera por
él, no necesita ser salvado. Podemos ser buenos en todos los aspectos, piadosos
y hacer cosas hermosas, pero mientras que nos creamos justos, no
podremos ser santos.
Christine Ponsard